El Gesto Noble

Por Andrés Marcel Giraldo

Un gesto inútil sobre El Gesto Noble

Una de las cosas más difíciles de hacer bien es poner un nombre. A un hijo, a un almacén, a éste artículo. Por eso, por lo difícil que fue, todavía pasa por mi mente la tarde en la que un grupo de ociosos de la cultura de El Carmen de Viboral bautizamos al festival de teatro. Y me da risa vernos ahí sentados a tres o cuatro peludos, en torno a un escritorio inundado de humo de pielroja, gastándonos en eso el efecto estimulante del tinto, con las miradas perdidas en el mural paradisíaco que adornaba la dirección de la Sixto Arango Gallo, como esperando a que apareciera de entre el agua de las cascada una musa inspiradora, cual modelo de boxeo, con el letrerito en alto del nombre para el festival de teatro que queríamos hacer.
Fueron largas las horas. Pero luego de tanto rascarnos la cabeza y al cabo de una buena dosis de risas y carreta barata, por fin alguno dijo algo aparentemente interesante. No sabría decir quién de todos fue. Él seguro sabrá. Cada quien guarda en su mente, uno por uno y protegidos del mal de Alzheimer, sus momentos más lúcidos. A éste genio, que Dios lo guarde con salud en las montañas del Oriente Antioqueño, se le ocurrió algo que probablemente nadie, jamás, había pensado durante las elucubraciones previas a cualquier bautizo… Es evidente que no lo pensó el que puso el nombre a Ludovico Alberto Cuarto El Grande Varón Von Strolin. Tampoco quien bautizó a Esmeralda Eugenia de la Santísima Trinidad Gregoria-María Segunda. Pero a nuestro genio Carmelitano sí. A él sí se le ocurrió. Hizo una pausa, respiró, nos miró a todos a los ojos, uno por uno, y en tono solemne lanzó su sentencia: el nombre que llevaría nuestro festival sería un nombre corto, sonoro y contundente. De fácil recordación. ¿Cómo cuál? Dijimos todos en coro, esperanzados en podernos ir ya para las casas con la tarea resuelta. Ah, yo no sé, eso sí les toca a ustedes, yo ya di mi aporte… ¿Todo yo pues?…
Brillante la intervención. No falta el aporte novedoso. Los demás nos miramos, torcimos la boca como diciendo «vean pues a éste», y volvimos al comienzo. Yo me concentré en recordar a la de los quince minutos de viniltex de pintuco que anuncia los últimos quince minutos de juego en los partidos de fútbol del torneo nacional. (Estarán de acuerdo conmigo en que uno necesita inspiración para alcanzar algún nivel de genialidad). Con los ojos cerrados y la cabeza reposando sobre ambas manos, con los codos apoyados en el escritorio, la cafeína hizo su primer efecto. Abrí los ojos, y sin haber dicho nada todavía, todos los ojos se voltearon atentos hacia mí, pues era evidente que iba a decir algo. Entonces no tuve de otra. Tragué saliva y la pensé bien antes de soltarla al auditorio impaciente: Si era un festival de teatro, algo muy importante era el papel del gesto. Se me ocurría que la primera palabra del nombre debía ser Gesto. Se miraron, guardaron un poco de silencio, hasta que alguno, otro que tampoco recuerdo quién era, dijo: sí, puede ser, me parece interesante. Los demás de la ronda asintieron progresivamente y terminada una vuelta de cabezas afirmativas se dio el primer pupitrazo de aprobado, como en cualquier sesión de legisladores criollos en las que se deciden cosas realmente importantes. Entonces habíamos dado el primer paso.
El Gesto. Muy bien. Pero El Gesto qué… Ustedes no se imaginan todas las cosas que puede ser un Gesto. El Gesto Feliz, El Gesto Grande, El Gesto Amplio, El Gran Gesto, El Gesto Mudo, El Gesto Sutil, El Gesto Real, El Gesto Gestual… Cuántos Gestos se le pueden ocurrir a un grupo de vagos que se dan el lujo de dedicar una tarde completa a pensar en nombres. Para un Festival. Y de Teatro… Pasaron los segundos, los minutos y las horas, en medio del vacío mental, las discusiones acaloradas y las justificaciones traídas de los cabellos con las que cada cual trataba de ganarse el punto para aquel adjetivo que acompañaría al glorioso Gesto. Hasta que uno de los ociosos anónimos allí reunidos mandó callar al resto y sentenció: Un buen gesto ha de ser un Gesto Noble.
Nos quedamos mudos. Nos miramos rápidamente y no fue necesaria otra retahíla justificatoria. Ni siquiera hicimos la ronda de asentimientos con la cabeza. Con esas dos palabras bastó para que brotaran todas las sonrisas afirmativas. Y entonces rompimos en un júbilo colectivo como si a la niña de viniltex súbitamente se le hubieran desamarrado los cucos. Saltamos, aplaudimos, nos abrazamos. Alguien, sin duda el más feliz, gesticulaba con las manos en el aire, trazaba líneas imaginarias y nos invitaba a soñar el nombre colgado en una pancarta a la entrada del pueblo. Otro que se creía dibujante no lo soportó más y saltó de la silla tras un papel y un lápiz para bosquejar el logo de la mano y la mariposa… Era una felicidad como si hubiésemos encontrado el eslabón perdido, ganado un Nobel o parido un hijo.
A quién se le ocurre contar estas cosas. Gastar papel en algo tan pendejo es cosa de desocupados. Puede ser. Pero me dieron papaya y quería dejar constancia de cómo bautizamos el más bacano de los festivales de teatro en Colombia. Contarlo es un Gesto Inútil. Si, tal vez. Mejor lo dejamos así. Pero antes de terminar, la última de las justificaciones: Por qué Noble. Por la cálida hospitalidad de éste pueblo antioqueño con sus visitantes, por el gesto desinteresado de los grupos que asisten a la cita cada año, por la mística que le imprimen los organizadores a su trabajo.. en fin, noble porque sí, por bueno, porque así nació: cómo un simple gesto en una noble tarde de ocio.

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CATEGORÍA: Actividad Cultural

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