Por: Ricardo Ospina
¿Qué puede evocar este universo grotesco en el que se cuenta en pequeño una ignominia demasiado grande? Lunático, como su nombre lo indica, pone en juego el doble sentido de la locura, por una parte la demencia inherente al poder, y por otra, la locura del que escapa al poder, en este caso, la locura del joven campesino que busca a Platón, la criatura elemental, imagen de la tierra que perdimos, de la simpleza y la sencillez de las cosas vistas por primera vez. Pero una locura se empeña en destruir a la otra, el encierro de la caverna, la que llamamos con oropeles, la patria, no ha dejado de matar al pueblo, no ha dejado de erigir tiranos civiles o con uniforme, arrasando la tierra y la inocencia.
Lunáticos somos todos en esta América insensata, en esta República Bananas en la que vivimos encerrados delirando con el consenso, y ante todo, en una supuesta democracia que lo tiene todo ya decidido, mientras ocupa y desplaza a sus gentes sencillas, no dejando de perseguir paranoicamente al “enemigo” invisible, inventándose para nuestra desgracia, lo que en Colombia fatalmente llamamos, los falsos positivos.
Lunático, la jocosa puesta en escena de Tespys, hace transcurrir en una hora lo que ha ocurrido con nosotros hace quinientos años, hace cien años, o bien hace cincuenta años en la República Bananas, la llegada brutal de hacendados, dictadores, gobiernos bestiales, uniformados, representantes de la moral y “Miedos” de comunicación de masas. Y no es por casualidad que la obra de Patricio Estrella, hermano ecuatoriano, evoque el mito de la caverna de Platón, interpretado en el grotesco y el absurdo por la caravana de Tespys, esos locos del Teatro a los que les llegó su madurez escénica, haciéndonos ver con desenfado, las ridículas y despiadadas patrias que nos siguen gobernando. Fantástica la vuelta a la vis cómica y a la sátira, oportuna y eficaz para estos tiempos del cólera.
Del texto a la puesta en escena se mantiene la atmósfera opresiva e insensata de unos seres que habitan entre sombras, sin duda toda la patria sumisa, la que recibe cargos, la que no es capaz de escuchar la verdadera historia del campesino, ni de hacer nada que no sea lo que el poder ordene que hagan, ni de indagar por su cuenta lo que realmente pasó. ¿Por qué desapareció Platón? Pero la puesta en escena de Tespys, transforma estos personajes e interpreta graciosamente un libreto -grotesco desde su concepción- con elaborado arte, y es así que vemos la presencia de un profesor, un cura, un obrero; de Velasco, el tirano demente, y de la bastonera, que sigue ahí, tan oronda y vacía, semejante a cualquier presentadora de televisión o a su réplica plástica en cada una de sus virtuales imitadoras que se reproducen en serie en nuestras provincias ; el campesino, no hay duda, es recíprocamente al igual que su Platón, el chivo expiatorio. En la caverna hay goteras y es fantástico el efecto sonoro producido por las bocas o por los golpecitos, un prodigio teatral. Por supuesto que es teatro de lo grotesco, y además, me atrevo a decirlo, escena patafísica, farsa, marioneta actoral, esperpento. Lo que captamos los espectadores en el burlesco de la actuación, es el completo desatino. Para los actores, el desafío de lo risible, de la humorada, acentúa sus recursos, efectivos como dardos: El cepillo de dientes y el agua bendita, el crucifijo arma, el carrito de compras, vehículo del tirano, o el mismo tirano que no pisa el suelo y es trasladado poco a poco por los cajones, la cinta arrastrada por cuerdas que extiende su faja poblada de un paisaje rural con sus animales domésticos, sus casas, su bus de escalera. Que el grotesco o el absurdo, interpretado por Tespys y mágicamente dirigido por Patricio Estrella, sea capaz de revelar lo peor de lo peor que hemos vivido en estas tierras -los que gobiernan y los gobernados, los astutos y los ingenuos- es lo que hace de Lunático, una obra contundente para el público; todo no es más que ilusión, una ilusión que hace reír, pero también una ilusión que tiene su momento trágico ¿cómo, en un universo desatinado y absurdo, puede caber la densidad trágica? El último momento de la obra trae el testimonio sonoro, fotográfico y litúrgico de la desaparición, y envuelve con su tela nefasta, como lo hace tan dolorosamente con el campesino sometido al interrogatorio, la densidad implicada en toda tragedia, en este caso la tragedia nuestra del desplazamiento, la desaparición y la tortura, ¡ Tan ignominiosos¡. La obra, sin embargo, vuelve a su ilusión patafísica, no sin melancolía, impulsada por el vallenato, tan arraigado a lo juglaresco, a esa mezcla de alegría y tristeza que en tierras vecinas se ha nombrado como Saudade. Por esto es que a veces no entiendo la reacción del público que ríe en esta escena; si la risa es como dice Bergson, una reacción mecánica, no lo puede ser siempre, su virtud está en los intervalos, en la ocurrencia oportuna, en la ruptura de la duración; y es únicamente el espectador autocrítico, el que tendría que reflexionar sobre su actitud; la risa en su acción soberana, rompe con toda solemnidad y deja ver el aspecto oculto de las cosas, pero también existe la percepción atenta, y esta se adquiere, viendo teatro, pero no pasivamente como una diversión alienante sino como una experiencia de puesta en cuestión; puesta en escena- puesta en cuestión, algo que es y seguirá siendo recíproco en el teatro. Así el público pase un buen rato, sumergido en la ilusión escénica, ese rato es inevitablemente catártico y removedor, de lo contrario no sería arte sino mero entretenimiento. No es casual que el nombre “Platón” entre en juego semántico con el estupor animal, la criatura ausente, la gran elipsis. Platón es el filósofo, es el entrenador de bastoneras, el recipiente, el chivo, la pobre república expoliada. Platón desaparece cuando sale a dar un paseo con el joven ingenuo, por fuera de la caverna, justo cuando los cautiva la luna; también Rosalina es arrebatada de los brazos del campesino, se la roba, no por casualidad, un terrateniente. ¡Hay tantos desaparecidos en la república!
Velasco –tan reconocible el gran tirano para cualquiera- es el paranoico de aldea, el sicópata en el poder, el oligarca, el terrateniente o el militar, lo mismo da, es el dictador de la república bananas, su Gorra de plato es depósito de Mierdra, como lo ha sido siempre su discurso. Numerosas las cavernas abriendo las venas de américa Latina, las hubo en Chile, Argentina, Uruguay, Nicaragua, y en Colombia, particularmente disfrazada de gobierno civil, la herencia del frente nacional, ahora convertida al Neoliberalismo, ese único frente hegemónico de dictadura empresarial. En lo que se refiere a los prisioneros de la caverna, ya sea en periodos pre o post electorales, en conflicto o en postconflicto, es el pueblo simple, demente, al que se le enseñó a amar las cadenas, pero también es el pueblo vejado y exiliado, que no tiene voz, y Velasco se los recuerda con sorna: “no se acuerdan acaso que estamos aquí por voluntad propia, no se acuerdan acaso que decidimos nosotros mismos vivir al compás de nuestras sombras” Los actores son las sombras, el reflejo grotesco de nosotros mismos, dementes cuyas sombras no pueden salir a ver qué es lo que realmente pasa allá afuera. Salir a ver qué le sucedió a Platón, salir a ver qué les sucede a los campesinos, es factible únicamente en la demagogia electorera, en la información establecida por la cadena nacional de los medios, la votación es una trampa, la urna virtual solo una urna, una caverna de opiniones repetidas. El tirano se elige a sí mismo, haciéndose elegir, república conducida por riendas y por gobernantes que las agitan a caballo; todos los ministerios están a cargo de gentes que no saben nada, todos son parody, parodia, mascarada, tan sólo saben ejecutar medidas, como lo siguen haciendo las Fuerzas Armierdras, como bien lo expresara Alfred Jarry, el inquebrantable ejército obediente y escatológico, enfilado en bacinilla, tan conspicuo, tan pluscuamperfecto.
Mientras para Platón “el animal ese”, como lo llaman en la caverna, “la tierra es buena”, para los prisioneros y su déspota, la tierra – que tan bellamente se ve pasar en esa escenografía minimalista tan propia del estilo de Patricio Estrella- es objeto de expropiación. La república y su déspota, la república y sus sombras, pueden disolver el congreso, considerar a la constitución como un papelucho ridículo, recortar el presupuesto – para combatir los “extremistas”- empezando por la cultura o por la salud, exceptuando, claro está, a los entes apostólicos y romanos, puede, sin consultar a nadie, vender los servicios públicos, el agua y los oleoductos. Lunático es el pueblo al que le dicen que el volcán erupciónará, como se lo ha venido diciendo desde hace mucho tiempo a propósito del fenómeno del niño o de la niña, otra manera de captar fondos y de desviar los asuntos. ¿Qué otra cosa refleja lunático? Los gestos, la demencia de los personajes, los sonidos, la música en vivo, el vestuario, todo no hace más que sacar a flote el ridículo, la parodia, lo grotesco de las repúblicas bananas, de américa latina, de Colombia obviamente, de Ecuador. El absurdo se conjuga con el grotesco, el arte de los títeres no deja de incidir en el arte teatral, evidentemente son muñecos, peleles, instrumentos de una broma, y es la puesta en escena, una buena señal de teatro bien dirigido y bien templado por actores con “cancha”; por su comunicación con el público, por la ilusión, por el escenario, por el arte de las luces, por la música en vivo, por los trajes vivaces y estrambóticos, por el silencio y los gestos del personaje obrero. Poderse burlar de nuestra caverna histórica y a la vez, actuarlo muy en serio, es dar en el blanco. Platón y el campesino atraviesan el escenario, el uno ausente, en elipsis, el otro siempre en el proscenio, lateral, por fuera de la caverna, ingenuo, simple, inocente, como aquel que nunca pudo comprender lo que estaba pasando. Al fin y al cabo es el único cuerdo de la historia.
Teatro Tespys © 1988 – 2025. Calle 27 # 30-75 El Carmen de Viboral (Antioquia) Colombia. Diseñado por Sistemas Olympia
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